![]() Por Víctor Gómez Casanova De acuerdo a las sagradas escrituras, un día como hoy hace 2,016 años, nuestro DIOS veía sufrir en la cruz a su único hijo Jesús, padeciendo los más horribles e indescriptibles dolores que jamás cuerpo humano haya sido capaz de soportar; de hecho, podemos observar y analizar cuantas técnicas de tortura ha desarrollado el ser humano desde esa época hasta nuestros días, y sin ser un especialista en la materia, pero analizando objetivamente dichas técnicas, podemos concluir que ninguna ha sido tan cruel e inhumana como la crucifixión. Me viene a la mente esta especial situación, no solamente porque hoy se conmemora el Sábado Santo, un día después de la muerte de Jesús y en la víspera de su resurrección, sino porque he tenido la oportunidad de compartir estos días de Semana Santa junto a mi esposa Clara y mi hijo Edwin Osvaldo de Jesús, de 15 años de edad, quien se encuentra viviendo y estudiando su segundo año de bachillerato en una apartada ciudad del frío y lejano Estado de Iowa en Estados Unidos, gracias a un intercambio cultural y académico muy reconocido mundialmente con las siglas de AFS. Se trata de un sistema muy bien concebido y organizado que permite que estudiantes de diferentes países del mundo puedan ir a vivir a las casas de otras familias, radicadas en otras ciudades distintas a las de su origen, y así poder conocer otras culturas, idiomas, sistemas educativos y procedimientos de vida muy distantes a los de sus costumbres cotidianas. Pueden conocer más detalles sobre este programa en el website www.afs.org Luego de Clara y yo pasar estos cuatro días maravillosos, viendo el crecimiento, la madurez, el desarrollo humano, espiritual, académico, social y cultural de nuestro hijo Edwin, muy bien apoyado y supervisado por sus excelentes padres anfitriones, llegó la hora de despedirnos y como es lógico, el dolor embarga nuestras emociones y hay que hacer un gran esfuerzo para evitar que las lágrimas salgan de nuestros ojos y hacer más difícil el ya de por sí difícil y tortuoso momento de la despedida. Es en ese preciso instante que siento el dolor del sacrificio que significa apartarme de mi hijo, aún a sabiendas de que es por su propio bien y para ayudarlo a forjar su carácter de cara al futuro, además de tener la oportunidad de aprender y perfeccionar un nuevo idioma, conocer y adaptarse a nuevas culturas y metodologías de vida, pero como es sabido, podemos controlar y administrar nuestras emociones, pero no podemos evitar sentirlas. El dolor se hace más fuerte, al recordar que Víctor Fernando de Jesús, nuestro hijo mayor que hace diez días acaba de cumplir los 18 años de edad, también vive fuera de nuestra casa, persiguiendo en España la forma de hacer realidad su sueño de convertirse en jugador de fútbol profesional. Clara y yo estamos viviendo lo que se conoce en psicología como el síndrome del nido vacío. Pero de manera casi inmediata, viene a mi mente la imagen de Jesús crucificado y procedo a llamarme la atención a mí mismo, reprochándome el hecho de que me sienta con dolor al separarme de mi hijo, toda vez que lo estoy dejando en buenas manos y para que pueda seguir viviendo lo que es un privilegio para él y nosotros, mientras pienso en lo que sí debe haber sufrido nuestro DIOS al ver a su único hijo cuando era brutalmente golpeado y torturado previo a su crucifixión, para luego morir por la salvación de todas nuestras almas y el perdón de todos nuestros pecados. Ese sí que es el verdadero significado del sacrificio de ser Padre. Muchas veces nos quejamos del dolor que sentimos como padres, al ver partir nuestros hijos, o cuando le vemos en situaciones que entendemos de dificultad para ellos, pero que muchas veces son parte de la naturaleza humana para el crecimiento y desarrollo de ellos mismos, tal y como lo vivimos nosotros hace algunos años. Gracias mi DIOS por el gran privilegio con que me has bendecido, al permitirme nacer como hijo de mis Padres y hacerme Padre de mis hijos. Gracias mi DIOS por permitirnos el privilegio de ser Padres. Gracias por nuestros Padres, por nuestras familias, por nuestras esposas. Gracias por nuestros hijos. Gracias mi DIOS por la oportunidad de conocer, entender y compartir las situaciones de vida de nuestros hijos, y por sobretodas las cosas, Gracias mi DIOS por haber sacrificado con tanto dolor, la vida de tu único hijo Jesús, para perdonar nuestros pecados y para salvar la vida de todos nosotros que aunque no nos comportamos a la altura de ser tus hijos, tenemos el gran honor y privilegio de llamarte PADRE. Iowa, Estados Unidos 26 de Marzo, 2016
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